El pozo de brocal
En el pueblo de Makabill reina la tranquilidad y el bienestar. Nadie quiere tener más de lo que tiene y por eso no es extraño escuchar los cantos de las lavanderas, temprano en la mañana, los vendedores de frutas y verduras, pregonando su mercancía. Allí los Dupies tienen su reino. Una mañana, el sastre Ellis estaba en la puerta de su casa cuando, Tiela, con sus cantinas de agua fresca, se detuvo ante el portal del sastre, con una sonrisa.
- ¿Cuántas aguas quieres, Ellis?
- No, gracias. No quiero agua por ahora. Tengo bastante en casa.
- ¿Es extraño, nunca vas a buscar agua al pozo, tampoco la compras? ¿Cómo haces?- Respondió sorprendido Tiela.
- Tengo algo que contarte sobre ese pozo.- Le dijo Ellis con un tono de misterio en la voz.
- Cuenta hombre, cuenta.
Tiela se sentó en el suelo junto a sus cantinas. No le importaba perder un poco de tiempo, si se trataba de escuchar una buena historia.
- Hace unos años fui al río a refrescarme, porque hacía un calor sofocante.- Comenzó Ellis.- Mientras me bañaba escuché una dulce voz de una mujer que cantaba, parecía el canto de los pájaros y el susurrar de la corriente. Era tan agradable lo que oía que salí del agua y me senté en la orilla a escuchar. Luego sentí curiosidad por saber quien era la que cantaba.
- ¿Viste a la mujer?
- No se veía a nadie por los alrededores. Sin embargo, me di cuenta de que la vos venía del pozo de brocal. Sin perder tiempo me dirigí hasta él y miré al fondo. Sobre el agua pude ver a una duppie sentada. En su cabeza brillaba una corona plateada. Quedé sorprendido al ver la belleza de su cara. Estuve largo rato contemplándola y escuchando su voz. Cuando dejó de cantar alzó los ojos y me preguntó:
- ¿Degusta mi canto?
- Si, me gusta.- Le respondí.
- ¿Quién eres? ¿Por qué estas en este lugar?
- Soy Micellín, la duppie del brocal. Estoy aquí para purificar los manantiales de ese pozo, así cuando la gente beba se sentirá feliz. ¿Y tú quien eres?
- Soy el sastre del barrio. ¿Alguien más te ha visto?
- No, hoy he salido a tomar un poco de sol y a llenar el espacio con canciones, los demás días los dedico a purificar los manantiales. Es raro que alguien pueda verme.
- Entonces, ¿soy el primero que tiene ese placer?
- Si, pero temo que cuando regreses a tu casa me olvides.
- La duppie sonrió de nuevo y se sumergió en las claras aguas del pozo, dejando un molino de pequeñas luces, que fueron desapareciendo poco a poco, pero no la olvidé.
Unos días mas tarde dormía tranquilamente en mi cuarto cuando sentí un llanto desconsolado junto a mi almohada. Desperté y a mi lado pude ver a la duppie Micellín. De sus ojos escapaban las lágrimas como chorros de un manantial. Esta vez sobre su cabeza no brillaba la corona.
- ¿Te acuerdas de mi?- preguntó.
- Si.
- Me miró de una manera que sentí que me revisaba por dentro y me preguntó de pronto:
- ¿Eres valiente?
- Me encogí de hombros.
- Creo que si.
- Busca mi corona que se ha perdido y te lo agradeceré para siempre.
- Nunca nadie me había pedido algo que no fuera un traje. Por eso me sentí dudoso, pero al ver los ojos de Micellín le dije que si.
- ¿Dónde la busco?
- Tendrás que ir al bosque. No tomes senderos de ninguna especie. E siempre por lo seco. Tienes que bajar hasta allí. Verás que el árbol no esta seco, sino que esas son sus raíces y que la copa permanece bajo tierra.
- ¿Cómo es posible? Nunca se ha visto que las raíces puedan vivir del aire.
- Hay muchas cosas que ustedes no saben. Ese es el árbol Unwé. Tienes que descender bajo tierra hasta sus ramas. Allí verás un nido de pájaros. Hay tres huevos de oro, pero no toque ninguno. Solo coge la corona y regresa. Si llegaras a tocar los huevos, el pájaro caería sobre ti a picotazos; nadie te salvaría y yo perdería mi corona.
- No te preocupes, en cuanto salga el solo yo me pondré en camino.
- Lo siento, pero tienes que ir ahora y regresar antes del alba.
- Como ya era imposible echarme atrás saltee de la cama y salí de la casa. Al principio no sabia hacia donde ir, pero delante de mi comenzaron a volar unas primorosas luciérnagas de colores y las seguí. Ellas me levantaron hacia el bosque y aunque apenas lograba distinguir mis manos, llegué hasta el barranco de Wallash. ¡Vaya si sentía miedo al bajar! Pero, cosa rara, en la oscuridad distinguía perfectamente aquel ramaje seco, que era las raíces del árbol Unwé. No puedo explicarme como, pero al bajar y bajar por entre los huecos junto al árbol había en la tierra, subí hasta la copa y allí busque el nido, no era muy grande pero había tres huevos de oro del tamaño de mi puño. Mil cosas pasaron por mi cabeza. Con uno solo de aquellos huevos, no tendría que volver a trabajar en la vida. Pero por otro lado recordé el consejo de Micellín y su corona. El pájaro no se veía por ninguna parte, así que si tomaba un huevo y la corona, no me vería. Fui acercando mi mano lentamente al huevo más cercano y de repente comenzó a soplar un viento fuertísimo y miré hacia arriba y vi el pájaro que batía las alas sobre mí. Ese era el viento. Fue tan grande mi susto que tomé la corona y me lance de la copa del árbol. No me mires con esos ojos, no me pasó nada, porque al caer no hice más que subir. Todavía con el corazón galopeando, me alejé de aquel extraño lugar. Justo cuando cantaba el primer gallo de la mañana, llegué justo al brocal. Después que se colocó la corona, me regaló una tinaja.
- Colócala en el lugar de la casa que mas te guste. De ella mana el agua fresca, porque en el fondo le puse una piedra de agua.
- Por eso tengo agua suficiente en caca. Tiela, no lo necesito. En la tinaja que me regaló Micellín nunca falta.
Cuando Ellis terminó de hablar, hubo un largo silencio. Tiela pestañeaba sorprendido.
- Yo busco agua en ese pozo todos los días Ellis, y jamás he visto nada. El agua siempre es fresca y muy clara, nunca ha sido de otro modo desde que mi bisabuelo se hizo aguatero.
- Eso es porque los duppies purifican sus manantiales. si miras bien, quizás algún DIA puedas verla.
- Lo tendré presente.
Tiela esperó muchos días un encuentro con la duppie del brocal, pero el encuentro jamás se cumplió. No obstante, todo el que bebía las aguas del pozo, se sentía que la felicidad llenaba su corazón.
>> Kiata, el flautista invisible