Duppies en una lata
Frente al pequeño bar de la esquina y sentado sobre una piedra, estaba el viejo Arturo contemplando el ir y venir de los bebedores que llegaban al lugar.
Unos niños, descalzos y sin camisa, muy cerca de el jugaban a patear la lata. Patadas van y patadas vienen, el ruido distraía al viejo Arturo. No le gustaban los niños; tenía forma de viejo gruñón, pero al fin y al cabo, sino se metían con él, los ignoraba.
Se acaloraron los chiquillos; uno acusó al otro de tramposo, el acusado frunció el ceño y aplicó tal impulso a su pierna, la lata fue a parar a la punta de los zapatos del viejo Arturo. Los chicos se acercaron a recogerla, pero el viejo les dirigió una mirada tan dura, que dieron media vuelta y se largaron.
- ¡Muchas gracias! ¡Usted no sabe el favor que me ha hecho! Dijo una voz salida de no se sabe donde.
Asombrado el viejo Arturo, se levantó y retrocedió unos pasos. Pestañeó, sacudió la cabeza y miró detenidamente al curioso objeto, diciendo para su capote, que no podía ser: “Las latas no hablan”. Para estar aun mas seguro de que había sido una alucinación, la golpeó ligeramente con la punta del bastón.
- ¡Eh! ¿Qué pasa? ¿También usted me va a maltratar? Dijo la voz suavemente.
Arturo no salía de su asombro y miraba a su alrededor, buscando a alguien para que escuchara y viera lo que estaba ocurriendo: pero nadie llegaba al bar y los que estaban dentro bebían, sin ocuparse de otra cosa. Decidió contestarle a la lata.
- Si me gustaría saber como te llamas.
- Mi nombre es Arturo. ¿por qué? Respondió sin mucha convicción.
- Para darle las gracias, viejo y para que me ayudes a encontrar a una persona.
- ¡Hum! ¿Qué persona? Arturo empezó a desconfiar de la voz.
- Eso te lo voy a decir en su momento. Pero primero sácame de este lugar. ¡Anda, viejo, no seas desconfiado, recógeme!
- Oye, no te molestes, pero la verdad es que no me gustaría tocarte, nunca había visto una lata que hablara.
- ¡Hombre! ¡La lata no es la que habla! ¡Soy yo, que estoy encerrado aquí!
- ¡Ah, caramba! Arturo se rascó la cabeza.
- ¿Me vas a ayudar? Dijo la voz con una dulzura capaz de convencer al fiscal mas duro.
- Pensándolo bien, si. Pero primero me tienes que decir quien eres y por que estas encerrado ahí.
- No hagas tantas preguntas. Mira, si me ayudas a encontrarlo yo te haré un regalo que no vas a olvidar nunca en tu vida. Puedo darte oro, esposa.
- No tengo esposa.
- Pero no vas a rechazas el mapa de varios tesoros enterrados por los piratas en la costa. Con uno solo de esos tesoros, puedes viajar el mundo entero en tu propio barco y divertirte como un gran señor.
Arturo recogió la lata del suelo y la miró con curiosidad por todos sus lados. Luego él sacó el cuchillo y trató de abrirla. La risa de algunos bebedores, que lo miraban y comentaban tonterías con lengua pasada por el alcohol, él decidió marcharse, llevando bajo el brazo a la curiosa lata.
Busco la tranquilidad de unos matorrales para intentar abrirla de nuevo.
- ¡Oye! ¡ese viejo nos va a pinchar el trasero con ese cuchillo!
- ¡Ya a mi me cogió una oreja! ¡Deja de pincharnos! Pidió la primera voz que había hablado.
- ¿Cuántos hay ahí dentro? Preguntó desconcertado el viejo Arturo.
- Cincuenta y tres y estamos apretados, así que deja el juego con el cuchillo y acaba de llevarnos a casa del viejo, que es el único que nos puede sacar de aquí.
- ¿El viejo Benjamín? ¿El que tiene forma de saber atrapar a los duppies?
- ¡Ese mismo! Recuerda que te haremos rico, si eso es lo que quieres.
Arturo reflexionó por un rato. No era cosa fácil, a su edad despreciar riquezas, viniera. Si los duppies encerrados cumplían su promesa, ya no tendría nada de que preocuparse el resto de su vejez. Volvió a colocarse la lata debajo del brazo y se dirigió a la casa del viejo Benjamín.
- Buenos días Benjamín.
- Buenos días Arturo. Le contestó Benjamín, que estaba sentado en un banco frente a su casa, fumando un gordo tabaco.
- ¿Qué viento te trae por mi casa?
- Es un favor que me pidió alguien.
- ¡Ah! ¿Por qué no te sientas? Anda, trae ese banco para acá.
- Gracias Benjamín. Así conversaremos con mas clama.
Arturo colocó el otro banco cerca del viejo Benjamín y se sacó la lata del bolsillo.
- ¿Cuál es el asunto Arturo?
- Esta lata, Benjamín. Me la encontré frente al bar y dice que tú puedes hacer algo por ella.
- ¡Deja que la mire!
Arturo le alcanzó la lata a Benjamín.
- ¿La reconoces?
- Si, la reconozco. En esa lata hace muchos años encerré a un montón de malos duppies en una fiesta de los nueve días. Es mejor que la dejes donde la encontraste.
- Es que ellos me prometieron que si tú los liberabas, me harían rico. Sabes que ya soy viejo y no tengo con que sostener mi vejez. Sácalos de allí, para que yo reciba lo que ellos me van a dar y así pasare en paz los últimos días de mi vida.
- Si quieres tener paz los últimos días de tu vida, deja la lata como esta. ¿Acaso crees en promesas de duppies?
- No le hagas caso Arturo. Pregunta la forma en que nos puedes sacar de aquí. Te daremos todo lo que pidas. ¡Hasta un esposa joven y bonita! Dijo la voz que salía de la lata.
- ¡Ja, ja, ja! Se rió Benjamín.
- ¿Y que vas a hacer con una esposa joven, Arturo? Lo mejor que haces es no escucharlos. Son muy malos y de seguro que si los sacas de ahí te vas a arrepentir.
- ¡No oigas a ese viejo decrépito, Arturo! ¡Nosotros somos buenos!
Arturo sentía que la cabeza le empezaba a dar vueltas. La palabra de los duppies lo llenaba de inquietud, pero a la vez sentía que Benjamín tenía razón. De pronto, se dio un manotazo en la rodilla.
- ¡Al demonio! ¡Esa lata está llena de malos duppies y si están ahí que para bien sea! ¡Los mandaré bien lejos, adonde nadie los pueda encontrar jamás!
Con su bastón de ébano dio un portentoso golpe a la abollada lata que fue a parar a las raíces de un marabú y allí se quedó atrapada para siempre, porque el arbusto le creció encima como una presión.
- ¿Por qué no almorzamos juntos Arturo?
- ¡Acepto!
Arturo y Benjamín hicieron ese día una amistad que les duró lo que les quedaba de vida, y que era más importante que todas las riquezas de los duppies malos.
>> Kiata, el flautista invisible