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ill titleKiata, el flautista invisible

Rodrick Dixon Gently

Hay una tierra maravillosa, en la que la selva arranca en la orilla misma  del mar. Y a la selva siguen las montañas, los barrancos y las cascadas. Pájaros como joyas, vuelas por los aires y fieras ágiles que cazan a la luz del sol  y a la luz de la luna. Allá en medio de la belleza, estaba Britihs.
Como todas las aldeas, las casas de ese de Brtitihs hacían un círculo alrededor de un espacio vacío con frondoso árbol de Breh – Fruti y allí se reunían todos, tanto para las diversiones como para los asuntos graves. En las noches de luna llena los ancianos solían contar historias sobre los duppies. Espíritus de la más rara formas y colores, los duppies buenos de colores blanco azules, amarillos o verdes. Los malos, de violento colores, rojos o naranjas o de furiosos violetas. Nadie los había visto jamás, por eso los jóvenes sonreían al escuchar sobre ellos. El artista era el único que sabia dibujarlos en la barriga de una cantara o en una pared de una choza de adobe, y en ciertas ocasiones en que el viento agitaban las ramas de los árboles creía percibir unas sombras luminosas que atravesaban el espacio.
Pero tampoco podían afirmar que los hubiesen visto. En ciertas ocasiones, una voz se alzó a media de una de aquellas reuniones para gritar.
¡Esto es mentira! Y nadie calló la boca al que habló. Nadie defendió lo que contaban cerca de la Reina Misellín y de la isla de Tiviti. El silencio calló como plomo derretido sobre la aldea. El anciano se puso de pie y se alejó de la hoguera arrastrando los pies pesadamente y ya nadie volvió a contar historias de Britihs. El tiempo se encargó de arrastras las hojas de palma desprendida de los techos y de hacer insensible al dolor de los corazones mas blandos. Los viejos guerreros se dormían mirando a las estrellas y tratando de no olvidar cual había sido la ultima vez en que demostraron valor frente a los enemigos los jóvenes, después de regresar de las cacerías, solían reunirse para cantar aventuras de sus antepasados y para inventar hazañas que nunca habían cometido. Por eso les dejaban un sabor extraño en la boca, era como comer una fruta de Akee que no fuera Akee.
¿Por qué no llaman a Kiata?
¿Kiata?
Fue un músico que se perdió durante una cacería y nunca más regresó a Britihs. A veces los cazadores dicen escuchar el sonido de una flauta, pero nunca logran ver al flautista, pero si la oyen saben que tendrán suerte. Escuchar la melodía de la suerte puede ayudar a los tuyos. El artista Marbi meneó la cabeza en sentido afirmativo. Sí, había escuchado la historia de Kiata, el flautista invisible al que se atribuían ciertos poderes obtenido de los duppies según un viejo cuentero, había encontrado el camino a la tierra maravillosa de los duppies y allí se habían hecho famosos tocando en las fiestas de los nueve días. Los duppies lo cubrieron de regalos y lo declararon músico oficial de todas las fiestas. Por eso y porque también se contaban acerca de sus amores con una reina duppie, no había regresado a Britihs.
El pensamiento se volvía a la cabeza del artista Marby. ¿Qué podía hacer Kiata por Britihs si hacía tanto tiempo que se había marchado? Volvió a dudar y quiso responder a si visitante, pero este ya no estaba en la estera.
Los viejos guardaron silencio y los jóvenes también pasaron días enteros sin pronunciar una palabra. Era como una enfermedad que los iba cubriendo de silencio cada vez, las cacerías eran menos. En Britihs nadie se ocupaba  de sustituir la paja que caía de los techos de las chozas, y cubrir de barro una pared desconchada.
Britihs, estaba muriendo porque no tenía historias que escuchar. Marbi estaba muy preocupado y por más que pensaba no lograba encontrar una solución para sacar a su gente de aquel estado. Una noche, después de tender la estera en el suelo y de cubrir los carbones de la hoguera con su copo de cenizas, se dio cuenta de que alguien había estado sin llamar. ¿Quién eres? ¿Cómo haz entrado a mi choza? A esta hora no trabajo, descanso como todo el mundo. El extraño personaje le dedicó una bella sonrisa azul y se acuclilló en una un extremo de la estera. Luego sacó de un saquito que traía una semilla que comenzó a masticar mientras hablaba.

- Un artista verdadero nunca descansa. Ahora mismo no haces mas que pensar en que se puede hacer para salvar a la gente del aburrimiento.

- Es cierto. Y el artista se desinfló de un suspiro. No se me ocurre nada. Rápidamente el artista corrió por la aldea gritando:

- ¡Es Kiata!, ¡Kiata!, ¡Kiata, el flautista invisible que viene a traernos la melodía de la suerte!

Todos dejaron el silencio y la diferencia para ir a reunirse en la plaza de la aldea bajo el árbol de Breht – Fruti. Oían con claridad el sonido que cada vez era mas intenso y parecía venir de todas partes a la vez.

- ¡Es el flautista que viene! ¡es Kiata! Repetía sin cesar el artista.

- Tenemos que recibirlo. Dijo un anciano que por primera vez en muchos años pronunciaba palabras.

- Debemos recibirlo con serenidad, pero no sabemos donde está. Comentó un joven.

- Su música viene de todas partes. ¿Tienes miedo? Preguntó el artista.

- ¡No! Respondieron todos.

- Pues esperemos a que aparezca.

Durante horas estuvieron sentados en la plaza de la aldea, debajo del árbol, esperando a que apareciera Kiata. Al cabo del tiempo alguien se puso de pie y marchó a preparar unas buenas tortas para la comida de recibimiento y de paso comer algo.

- No está bien recibir al flautista con las manos vacías, otro sacó el vino que tenía en su despensa. El más allá trajo platos para poner la carne. Al atardecer todos comían y bebían esperando alegremente la entrada del flautista Kiata.

Comenzaron a contar cosas maravillosas del pasado de Britihs y aquello que habían olvidado, lo inventaron. De pronto se dieron cuenta de que la flauta había callado.

- ¿Por qué no se oye el sonido de la flauta?

- ¿Será que lo hemos asustado?

Ningún habitante Britihs, se explicaba lo sucedido. Solo el artista comprendió y le habló a los suyos.

- Kiata no vendrá porque ya estuvo entre nosotros. No lo vimos, pero su música entró en nuestros corazones. Nos hizo bien porque nos devolvió el don de contar historias con la palabra.

Desde  ese momento y para siempre, reinó en el pueblo Britihs el bienestar y la alegría de compartir la palabra que une a los hombres. La música del flautista había entrado en el alma de su pueblo.

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